lunes, octubre 4

Crónicas desde el Savoy

De la mano de José Luis Alvite llega un año más al programa de Onda Cero presentado por Carlos Herrera, Herrera en la Onda, Crónicas desde el Savoy. Una sección que Alvite realiza sólo cuando le viene en gana.


Sus crónicas, cargadas de metéforas ey grandes dosis de ironía, están siempre descritas desde un local nocturno imaginario llamado Savoy, un lugar donde se cruzan ganster, coristas, boxeadores retirados, detectives solitarios, mujeres de la noche y demás personajes malditos. Un lugar donde, palabras del propio Alvite, el ambiente esta tan cargado que casi no se ve el humo. Con descricciones ácidas nos narra la vida de todos esos personajes.


A menudo lo mejor de un beso es que el carmín no engorda.

Según el jefe a una corista el humo es la prenda que mejor le sienta.


La mujer más hermosa es siempre la de la mesa de al lado




Detesto relacionarme con esa gente aburrida y saludable con la que únicamente podrías coger el vicio de no fumar

Dice un viejo cliente del Savoy que el fracaso es el único sitio en el que puedes sentirte seguro. Nadie intenta quitarte el último puesto
 

... pero lo que si te puedo jurar muchacho es que jamas ví tanta humedad en un boca y tanto amor en una vajina.

Junto a Elle estaba sentada Suzzy. Suzzy era puta. Se podría decir más fino, pero entonces no estaríamos hablando de Suzzy
 
Un tipo del Savoy dijo hace unos días que la familia es una enfermedad de transmisión sexual. 

En youtuve  varios de estos audios recreados con imágenes:

Varias descripciones de los personajes que deambulan por el Savoy:
Lorraine Webster ha perdido buena parte de su voz. A veces suena como un murciélago atrapado en el desagüe del inodoro y otras veces se rehace milagrosamente hasta alcanzar la espeluznante sonoridad de una moneda en un bidé. Por sobrecogedor que parezca, Lorraine Webster le debe al tabaco haber alcanzado el sincero refinamiento de una voz que lo que se merece no es una crítica, es un diagnóstico.
El encuentro con Lorraine Webster en un callejón:
"Con el humeante ademán de su mano derecha, la equívoca diosa del Savoy parecía una mujer recién disparada. Tenía en su porte el escabroso aliciente de alguien que se aliviase el sofocante calor abanicándose con una compresa usada. La primera vez que nos citamos en el callejón a espaldas del club, había una niebla tan espesa que el humo de su cigarrillo era un autógrafo en un charco de tinta. La conocí por la cadencia de sus pasos, aquel soniquete inconfundible de Lorraine, la clase de mujer al cabo de cuyos pasos entre el humo te preguntabas dónde diablos habrían ido a parar los casquillos. Nos besamos allí mismo.
No dije nada, pero me sentí como si aquella mujer fuese a contagiarme un pecado, una extorsión o las señas del perista. Entonces ella me dijo: "Apestamos a tabaco, cielo. Pero a los tipos como nosotros el tiempo nos enseña que lo que verdaderamente dura de un beso no es el dentífrico sino el mal sabor de boca. Saber estas cosas nos ahorrará desengaños". Y tenía razón. Ambos sabíamos que lo sólido de muchas frases o es su sintaxis, ni su ocurrencia, sino su halitosis."  
 
Sobre Ernie, el jefe de Savoy:
A estas alturas creo que ya todos sabemos que el jefe del Savoy es Ernie Loquasto, un tipo escarmentado por la vida que ya sólo se da prisa para perder el tiempo. Fue él quien me dijo que «de un tipo se sabe que es tranquilo cuando entre cigarrillo y cigarrillo, aprovecha para fumar». Una madrugada y también me dijo que «un buen reloj sólo sirve para que las mujeres elogien tus modales». Acerca del matrimonio las ideas de Ernie son relativamente pintorescas. Suele decir que «el segundo matrimonio es una manera como otra cualquiera de separar el primero del tercero». Algo parecido le escuché al jefe cuando una noche en el club se me dio por evocar paisajes. Ernie me miró y me dijo: «¿El paisaje? Bobadas, Al. El paisaje sólo es lo que un fugitivo necesita para cambiar de ciudad». 
 
De ex boxeador Sony «Sweet» Sullivan os hablé unas cuantas veces. Lleva años alejado del ring pero aún conserva secuelas de los golpes. A veces se acerca al barman del Savoy y le pregunta por el andén del tren a Chicago. En el boxeo no ahorró dinero. Gastó bastante en juergas con mujeres y dice la leyenda que un buen puñado de billetes el muy idiota los guardó en el fuego. Y cuando se dio cuenta, era un pobre diablo con el dinero justo para necesitar mucho más. Los billetes que le quedaban dicen que los gastó en pagarle al tipo que le enseñó a contarlo. También se dice de él que el hueso más duro de su rostro es la cereza del martini. Una madrugada me contó que en sus malos tiempos tras malgastar el dinero del boxeo, espesaba la saliva en la boca para tener algo que comer. Dudo que sea cierto, pero también se corrió por ahí que Sony había compartido la dentadura postiza con un ex-jugador de béisbol. ¡Pobre Sony! Dice que «en los Buenos tiempos del Madison, yo era negro como carbón a oscuras pero tenía un dinero, muchacho, así que, ¡lo que son las cosas! las chicas me confundían con Troy Donahue». Al piano suele sentarse el entrañable Larry Williams, un tipo que en los ensimismados momentos de nostalgia, toca suave como si interpretase a Gershwin con las manos en los bolsillos. Larry se casó tres veces. De sus ex esposas lo más íntimo que conserva son números de tres teléfonos cortados.
 
Del bueno de Larry el pianista escribió en una ocasión el reportero Chester Newman: «Este tipo viajó mucho antes de recalar en el club de Ernie Loquasto. Nunca paró mucho en los sitios. Se dice de él que entraba en las ciudades buscando expresamente la salida. En un local nocturno de Baltimore todavía le recuerdan como el pianista que debutó con su última actuación. A sus pies les cuesta seguirle los pasos. Pero Larry tiene una memoria emocionada de las cosas y de los lugares por los que pasó. La noche que le conocí en el Savoy, su partitura en el atril era un mapa de carreteras».

¡Chester Newman! ¡Dios Santo!, el viejo reportero del «Clarion» lleva decenios contándole a sus lectores los crímenes de la ciudad. Dice que un tipo es interesante cuando da que hablar o cuando hace sufrir. En una ocasión acudió al asesinato de un infeliz del que nadie sabía nada. A Chester le costó cubrir un puñado de párrafos con la historia de aquel desdichado. El colofón todavía hoy resulta de una expresividad indiscutible. Escribió Chester en el «Clarion»: «El caso es que el de ayer fue un crimen sin palabras, una noticia sin texto, algo así como haberle disparado directamente a mi papelera. La víctima fue un hombre irrelevante contra el que ni siquiera había una mala excusa para dejarle vivo. Nada más examinar el cadáver, el detective Fuller dijo que en un tipo así, lo único realmente interesante es el orificio de salida».
 
Circulan por el Savoy muchas leyendas referidas al detective Fuller. Personalmente comprendo que Fuller no es un tipo recomendable, aunque me cuesta creer que cuando nació, su madre presentase cargos contra él. Eso dice una de las leyendas que él se encarga de fomentar, como cuando en el 74 me dijo una madrugada en el club: «Muchacho, acabo de esclarecer el doble asesinato de la Calle 46 esquina a Broadway. Detuve a dos sospechosos. Con tres bofetadas uno de ellos confesó el crimen». Entonces le pregunté qué había sido del otro. Y Fuller me dijo: «¿El otro? Vamos, Al, a la cuarta bofetada, el otro acabó confesando su inocencia». 

Creo que es imprescindible escucharlo y en ivoox existen varias crónicas en la voz del propio Alvite. Además exite un blog con la transcripción de muchas de esas crónicas.

1 comentario:

REVUELTA dijo...

Wander, una entrada genial. Sin conocerlo, he revivido el Savoy mientras fumaba un cigarrillo.
Lo he apagado y todavía quedaba ese ambiente.